EL AGUA DE LA ROCA | viernes 15 de noviembre 2024
Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés dijo: «¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?» Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, ¡y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado!
Números 20:10–11
Ver serie: Meditaciones
«Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde». El pueblo de Israel no valoró que Dios les proveyó todo lo necesario durante 40 años después que los liberó poderosamente de la esclavitud egipcia, aunque fueron rebeldes (Nehemías 9:19–21). Al final de ese tiempo, el agua se terminó y en lugar de suplicar al Señor por sus necesidades, ellos murmuraron contra Él y contra su siervo. Como sus padres, en lugar de admitir que ellos eran el problema y estar agradecido con Dios, culparon a Moisés de guiarlos mal. El Señor no respondió con juicio para los descontentos. Prometió un misericordioso milagro: Moisés y Aarón tenían que tomar su vara y hablarle a la peña, y ella iba a dar suficiente agua para el pueblo y para sus bestias. Pero Moisés, molesto con los rebeldes, no obedeció al Señor y expresó su ira humana al golpear dos veces la peña y al decir: «¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?». La ira de Moisés no valoró ni dio la gloria al Señor por el agua, regalo de Su gracia. Por eso no entró a la tierra prometida.
La ira es un pecado contra el mandamiento que ordena no matar (Mateo 5:21–22 cf. Éxodo 20:13). Moisés, que fue manso como ninguno, cedió ante la ira (Números 12:3). La Biblia dice: «Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.» (Santiago 1:19, RV60) porque cuando enfrentamos situaciones tensas podemos caer en los pecados de nuestro viejo Adán, quien se opone a todo lo que Dios manda. Nuestra nueva criatura, el nuevo Adán, ama al Señor, aprecia el perdón que Jesús ganó por nosotros a través de su muerte y quiere vivir de acuerdo con su voluntad. Puesto que vivimos con nuestro viejo Adán, hay un conflicto permanente en nosotros. En situaciones muy emotivas, normalmente es el viejo Adán el primero en hablar y reaccionar, pero es el nuevo Adán el que debe tener la última palabra. En estas situaciones, lo mejor es evitar decir y hacer lo primero que se nos ocurra. Cristo nos libró de la condenación eterna que merecemos. Él fue manso en lugar de nosotros y murió pagando nuestro castigo. En gratitud vamos a querer vivir en arrepentimiento diario: confesando y lamentando nuestro pecado, pero confiando en el perdón suficiente provisto por el cordero de Dios para, con gozo, enmendar nuestros errores.
Oración:
Señor, solo tú eres digno de toda gloria y honor. Te ruego me afirmes en la verdadera fe con el poder de tu evangelio de modo que de mi corazón hagas brotar el fruto de arrepentimiento: ese amor humilde que no busca su propia gloria sino la tuya. Amén.