CRISTO, REY DE PAZ | domingo 24 de noviembre 2024

 

Él juzgará entre las naciones y será árbitro de muchos pueblos. Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No levantará espada nación contra nación, y nunca más se adiestrarán para la guerra.

—Isaías 2:4

(Lectura de la Biblia en tres años: Lamentaciones 3:48–66, Hebreos 10:32–39)

CRISTO, REY DE PAZ

Ver serie: Meditaciones

Muchos de los ancianos que, a diario parten hacia la eternidad, nacieron muy cerca del final de la segunda guerra mundial o cuando esta ya había terminado. Por lo tanto, no fueron testigos oculares del conflicto bélico que angustió inusitadamente al mundo entero. Sin embargo, sí fueron testigos de una guerra igual de angustiante a la que se añadía el continuo temor del posible estallido de una tercera guerra más espantosa que las anteriores. Este conflicto, llamado «guerra fría» fue un enfrentamiento político, económico, social, informativo y científico entre las dos potencias mundiales de la última mitad del siglo 20, que se extendió desde 1945 hasta la disolución de la Unión Soviética. Un clamoroso anhelo por la paz llenó el pensamiento de todos los ámbitos de acción del ser humano. Querían paz y pensaban que esta surgiría del esfuerzo humano por establecerla. No llegó.

La tan anhelada paz no llegó porque la buscaron lejos del príncipe de paz. El texto de la meditación de hoy se encuentra grabado en la plaza del edificio de las Naciones Unidas, en Nueva York. Pero omite la primera oración que es la que señala a Cristo. Por medio de Isaías, Dios prometió a Judá y a Jerusalén que el Mesías iba a venir al mundo a través de ellos. La obra del Mesías es una obra de paz (Juan 14:27). Pero no se refiere a paz diplomática. Es paz espiritual. Por esto miramos esta promesa con los ojos espirituales de la fe, no con los ojos físicos de la política. La paz prometida es la paz con Dios que se basa en los méritos de Cristo y en su perdón. Tal paz es tan efectiva que afecta profundamente la vida de los creyentes. Por el poder del evangelio, cambia sus corazones y los constituye humanos en hacedores de paz que procuran armonía entre ellos y con el mundo que los rodea. Esto no sucede por el esfuerzo de ninguno de ellos, sino por la obra del Espíritu Santo que usa el poder del evangelio. Puesto que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarda nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús, solo por sus méritos atribuidos a nosotros gratuitamente, vamos a querer ser instrumentos de su paz llevándola por donde vayamos.

Oración:

Señor, sin ti la paz es imposible. Mi viejo Adán es belicoso como el de cualquiera de mis semejantes. Es solo gracias a tu obra redentora a favor de mí que vivo en tu paz. Concédeme, por tus medios de gracia, ser afirmado en la fe de modo que te sirva como instrumento de tu paz: Que mi vida entera esté consagrada a Ti, Señor. Que a mis manos pueda guiar el impulso de tu amor. Que mis pies tan sólo en pos de lo santo puedan ir: y que a Ti, Señor, mi voz se complazca en bendecir. Que mis labios al hablar, hablen sólo de tu amor. Amén. (CC255)

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