Discutiendo con Dios | sábado 11 de enero 2025
(Lectura de la Biblia en tres años: Ezequiel 38, 2 Pedro 3:1–8)
Discutiendo con Dios
Ver serie: Meditaciones
¿Has discutido alguna vez con Dios sobre lo grande y complicado que es su llamado y lo pequeño y poco preparado que estás tú? Tal vez hayas leído esas sencillas palabras en tu Biblia: “Da a los pobres. Busca la justicia. Perdona a los que pecan contra ti. Respeta a tu marido. Ama a tu mujer. Honra a tu padre y a tu madre”, pero inmediatamente objetaste, «¿Cómo Dios? ¿Cómo podría yo hacer eso?».
Si alguna vez discutes con Dios, te va a encantar Moisés. La mayoría de las personas se imagina a Moisés como el portador de los Diez Mandamientos, el hombre con un llamado, confiado, audaz, barbudo, de: “¡Deja ir a mi pueblo!”. Pero no era así. De hecho, él era lo opuesto a la mayoría de las descripciones que acabas de leer. Moisés era reacio y apocado. Los dedos gordos de sus pies estaban rojos y en carne viva por arrastrar las sandalias de sus pies cuando Dios lo llamó para enfrentarse al faraón.
Entonces, ¿Cómo terminó Moisés haciéndolo? He aquí cómo: “Pero Moisés le respondió a Dios: “¿Y quién soy yo para ir ante el faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?”. Y Dios le respondió: «Ve, pues yo estaré contigo»”. (Éxodo 3:11,12). Esa fue la respuesta de Dios al argumento de Moisés. “No, Moisés, tú no eres tan especial o fuerte o dotado, pero está bien. Porque yo estaré contigo”.
Dios todavía dice eso, ya sabes. Cuando parece imposible perdonar o amar o ayudar, nuestro Padre responde: “Tienes razón. Sería imposible para ti. Afortunadamente, no estás solo. Yo estaré contigo”. Así es como Dios termina la discusión. Él promete estar presente.
¿Cómo cambiarían las cosas si recordaras eso hoy?
Oración:
Señor, reconozco que también he sido rebelde a tu Palabra y que aunque lo he intentado muchas veces, he fracasado en obedecerte con mis propias fuerzas. Confieso que no puedo obedecerte. Por eso apelo a tu gran misericordia para suplicarte, por los méritos de tu Hijo, me concedas no solo el querer hacer tu voluntad sino el hacerla en gratitud a tu amor incondicional, por Jesucristo tu Hijo. Amén.