LA HIJA HEREDERA | martes 26 de noviembre 2024

Además, diles a los israelitas: “Cuando un hombre muera sin dejar hijos, su heredad será traspasada a su hija”.

—Números 27:8

(Lectura de la Biblia en tres años: Lamentaciones 5, Hebreos 11:8–16)

LA HIJA HEREDERA

 

Ver serie: Meditaciones

En la cultura y costumbres de tiempos de Moisés, las heredades pasaban a la siguiente generación a través de la descendencia masculina. La tierra prometida tenía que ser repartida entre los israelitas. Para hacerlo con eficiencia se hizo un censo. En censo, evidenció el que una familia no recibiría nada, cuando se distribuyera la tierra, porque no había heredero masculino a quien adjudicarla. Ese era un problema real y muy grande. Para resolverlo, Moisés consultó a Dios. La respuesta del Señor es el tema de la meditación de hoy.

Esa familia descendía de Manasés, el hijo mayor del patriarca José, el hijo predilecto de Jacob (Génesis 41:45, 50–52.). Majlá, Noa, Joglá, Milca y Tirsá, hijas de Zelofejad, eran las tataranietas de Manasés. Cuando Moisés llevó el caso delante de Dios, el Señor le respondió: «Lo que piden las hijas de Zelofejad es algo justo, así que debes darles una propiedad entre los parientes de su padre. Traspásales a ellas la heredad de su padre». Aunque Zelofehad estaba muerto, se le asignó una porción entre sus hermanos. Esa porción se iba a dividir entre sus hijas. El Señor no quiso que esas mujeres fueran desheredadas. Ellas también iban a tener una porción entre el pueblo. También, Dios dispuso que se aplique la misma solución en casos futuros. Lo hizo porque Él es justo y no hace acepción de personas. Él Señor quiere que seamos justos en nuestro trato con todos y que respetemos su derecho sin hacer acepción de personas. Debido a nuestra imperfección somos culpables de pecar contra este aspecto de la voluntad divina pues no lo hacemos perfectamente, como Dios lo exige y por eso somos merecedores de toda la ira de Dios. Para salvarnos de tal condenación, Cristo, sustitución de nosotros, fue justo y no hizo acepción de personas. Fue a la cruz para sufrir el castigo que merecemos soportando sobre sí toda la ira de Dios. En gratitud vamos a querer obrar con justicia y no hacer acepción de personas, mientras esperamos su regreso. (Deuteronomio 10:17–22; Proverbios 28:20; Colosenses 3:25; Santiago 2:1,8).

Oración:

Señor, Tú eres justo y yo un pobre pecador que solo merece toda tu ira. Te doy gracias porque tuviste misericordia de mí y me salvaste enviando a tu hijo Jesucristo como mi sustituto y Salvador. Él obedeció perfectamente, en lugar mío, y derramó su vida pagando el castigo que merezco. Te suplico que por medio de tus medios de gracia me afirmes en la verdadera fe de tal manera que no falte en mí el fruto de arrepentimiento cuando me llames a la eternidad. Amén.

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